Vaya sociedad en la que nos encontramos, nuestra publicitada libertad ha servido para mirarnos los rostros y cada tanto expresarnos sin actitudes represivas, dejando al descubierto lo que sinceramente somos o el maquillaje de la impostura diaria en la que vivimos.
El saludo es un medio tan divertido como serio para reconocer en el otro sus maneras de comportarse y observar los detalles que lo hacen único y particular.
La tan afamada fiebre de literatura de superación que tiene tantos seguidores como algunos críticos, quiere presentar al individuo como un ser mal estructurado afectiva y psicológicamente y que requiere de una nueva alternativa de formación en la que se apela a tan diferentes métodos como recetas. La mencionada formación debe ser integral y es la piedra angular en los proyectos de auto superación para todos los individuos, eso sí sin referirnos a lo estrictamente religioso, para superar nuestras carencias y falencias.
Y el saludo es como un paso hacia la superación de barreras que impiden al hombre superarse y aceptar al otro. Sin embargo, que nos queda del saludo como referente para la desaparición de obstáculos que nos dividen, la verdad es que los textos de superación nos han llevado sí a preguntarnos sobre nuestra hipócrita manera de acercarnos a los demás, pero lastimosamente se han convertido en un recetario que puede falsear nuestra manera de comportarnos solamente para obtener ganancias; es una lástima que cada vez queramos fortalecer nuestra necesidad de conocimiento no para trascender sino para generar utilidades.
Más aún el saludo se ha convertido en un complemento de la sonrisa que como un gran paquete termina siendo el rostro del individuo que quiere vender y que necesita ser recibido para que otro individuo lo acepte no como lo que es, sino como el representante o el vendedor de algo.
No podemos ser tolerantes con los discursos que permiten que el hombre haga una imagen más falsa y deteriorada de lo que realmente es. Debemos reflejar nuestro verdadero rostro en el espejo y confrontarlo sin maquillajes ni falsas pretensiones.
Me ocurre con el abrazo no solo el que me han enseñado a dar y ofrecer, sino la actitud de los otros hacia ese abrazo amigable y sincero. Abrazar es de gueto de amigos íntimos y nosotros hemos dejado esa necesidad de abrazar para muy pocos momentos, casi le otorgamos una maledicente nota de suspicacia como si el abrazo contaminara. Así el saludo se vuelve un arma de presentación, pero el abrazo nos condena a ser sinceros y no podemos dar tanto en esta sociedad, no puedes ofrecer algo que te ponga en desventaja.
En estos momentos cuando la sociedad ha permitido que se falseen nuestras relaciones con el otro, con Dios, con sí mismo es cuando se necesita que replanteemos desde lo que somos una postura ética y sincera para no ser desleales ni mentirosos ante el futuro. Sin olvidar que las redes sociales (Internet) crean una barrera higiénica que nos separa del contacto físico y dónde el individuo se anuncia como un reflejo de su realidad.
Norman Muñoz Vargas
Ars longa, vita brevis