No le temo al silencio de Dios
Le temo al silencio del hombre…
Un cirujano tiene la obligación de encontrar lo que ocasiona el mal, el dolor, y extirparlo, y estudia día a día para lograr la experticia suficiente que le permita ir a lo seguro y así dominar su oficio sin mayores sobresaltos: el tranquilo y eterno atardecer de las ciencias exactas. Pero el poeta no tiene más seguridad que sus propias dudas: compulsión, alegría, pesadumbre… preguntas y sensaciones son su mundo y termina por expresarlo con su herramienta: el texto poético.
El poeta no es arquitecto obcecado por las líneas perfectas y las curvas funcionales, el poeta es un artesano que habla del ser humano en sus múltiples facetas, todo lo que lo habita se convierte en barro que transforma en palabras y así encuentra lo necesario para expresar su singularidad.
Pájaros de sombra, editado por Vaso Roto Ediciones, Madrid, es una antología poética realizada por la poeta y docente Andrea Cote y en la cual se muestra el trabajo de 17 mujeres poetas colombianas nacidas entre 1964 y 1989 que presenta a través de una antología inversa. Hay una distancia de tres generaciones entre la primera y la última y con dificultad podríamos encontrar un único punto en común, porque la diversidad es inherente a nuestra patria; pero si hay algo que las une es el quehacer literario desde la escritura, pasando por la docencia e investigación como la participación de la gestión cultural.
Todo creador inicia un camino y esa senda se decide tomar por la calle recta, segura, o por los caminos abiertos y empedrados. La segunda es la que te hace la trampa y te obliga a asumir el desafío de crear una poesía que desnude y confronte las bases de tu propio edificio. Y posiblemente te devuelva al lugar de la partida. Un creador regresa y persiste en su trasegar, de esto está hecha la mujer. La mujer no se rinde y enfrenta con pulso su andar y crece. De esto está hecha la poesía, no solo la que hacen las mujeres, sino la verdadera; la que se empapa de vida y experiencia.
De esta manera hay que leer la selección poética de 17 escritoras y las leí con la ambición de que no me llevaran a la seguridad del hogar ni del pensamiento, busqué textos que liberaran y reinventaran con atrevimiento lo palpable, el mundo, y sobre todo el atrevimiento de interpretar los resquicios del tiempo a través del poema.
María Gómez Lara (Bogotá, 1989) en Astillas nos afirma “nada que encender/ y te haces humo”; Yenny León (Medellín, 1987) se carga de profecía y ruptura; Tania Ganitsky (Bogotá, 1986) dice que “El Mundo va a acabarse antes que la poesía”; Gloria Susana Esquivel (Bogotá, 1985) quiere de manera incesante transformarse al decir “De donde vengo/ cada mujer es un mamífero caliente”; Bibiana Bernal (Calarcá, 1985) busca con la poesía desacralizar y reinventarse al escribir “Ser uno y creerse otro y otro y otro”; Fátima Vélez (Manizales, 1985) transforma su cotidianidad al decir sobre la Casa Paterna “Esta cosa liberada de formas/ parece a simple vista/ la casa que todos quisiéramos tener/ el centro de toda lejanía”; Luz Andrea Castillo (San Andrés, 1983) nos habla del lugar que todos debemos abandonar algún día: la casa, “Pero dime por qué madre/ ni siquiera una luciérnaga/ ni siquiera un bastón para cruzar la noche”; María Paz Guerrero (Bogotá, 1982) en su universo el conflicto es acción y Dios tiene cuerpo; Carolina Dávila (Bogotá, 1982) “Salta del níspero/ al matorral”; Lucía Estrada (Medellín, 1980) poeta de palabras hilvanadas con perfección y de búsquedas que se estrechan con seres que perviven en la memoria, héroes y dioses, asuntos sin resolver del pasado en una Ítaca que se añora; Camila Charry Noriega (Bogotá, 1979) exacerba los sentidos con vehemencia “Los malos hábitos se aprenden a escondidas”; Catalina González Restrepo (Medellín, 1976) contiene el tono de casi todas las invitadas a la antología, esa fuerza de mujer que vive el desarraigo y desea dejar a un lado las cadenas “Expúlsate ya del Paraíso/ amar es imposible”; Sandra Uribe Pérez (Bogotá, 1972) nos impulsa hacia una cartografía “Trazo el poema y su desnudez me aterra”; Beatriz Vanegas Athías (Majagual, 1970) posee una cercanía con la llanura y las pasiones “Ahora mi patria es tu cuerpo”; María Clemencia Sánchez (Itagüí, 1970) sueña con ver la luz en una Sonata para que amanezca; Gloria Posada (Medellín, 1967) ella, la del Oficio Divino, siente como las palabras son necesarias para albergar la vida en el instante del nacimiento y Yirama Castaño (Socorro, 1964) que se sosiega en la aventura del texto con sapiencia y precisión desde la aventura de venir al mundo en una década convulsa y esperanzadora.
Si bien, y como dice la antologadora, la voz poética establece un diálogo desjerarquizado con lo sagrado, debemos esperar de esa poesía que cauterice el dolor y libere al poeta de la pena que enciende velas al silencio opresivo, la noche más oscura, el espejo que finge y la soledad que culpa.
En país de Las Ausentes, Yirama Castaño, afirma “Sé que hoy no abriré la puerta/ Mi único lugar es la ventana”, y aquel escenario histórico lo confirma, pero siempre lo ha sido para la mujer, el desposeído y el desobediente. Ahora, celebramos esta antología y otras más que emergen con la voz de la poesía hecha por mujeres y a la espera de las ausentes que escriben en noches de tormenta o calor, junto a ríos tumultuosos o cordilleras estrechas, en valles industriales o llanuras pobladas por pájaros gritones y eternos amaneceres, y así, vean su palabra compartida y luminosa.
Al decir Dulce María Loynaz en el poema Quiéreme entera que la mujer no es un fragmento, repetimos que la poesía hecha por mujeres atestigua la gran confrontación de una patria… que crece: “Si me quieres, no me recortes: ¡Quiéreme toda… O no me quieras!”
Norman Muñoz
Escritor