Al terminar de leer J. Sebastián: un viaje en un día agitado, la novela pre-juvenil de Norman Muñoz Vargas (Ediciones Exilio, Bogotá, marzo 2018), me llega una avalancha de ideas que motivan el paso de sus 138 páginas. La principal de estas ideas, y es la que destacaré en este corto texto, es la interminable lucha entre el Control y el Caos. Esa lucha que nos ha permitido existir y a su vez engendra evoluciones y revoluciones en el Universo.
Para no ser tedioso, digo que asimilo el Control como la civilización y el Caos como la barbarie. En este caso la civilización está representada en la ciudad moderna (Bogotá), inscrita en una sociedad tecnológica y con alto índice de población; a tal punto que se hacen necesarias extremas medidas de regulación y represión que, sin permitir una total y armónica convivencia, al menos facilitan el trato interpersonal. El control, asumido en la ciudad como “desarrollo” o “progreso”, significa constricción de derechos elementales, como el de tránsito y movilidad. La civilización construye ‘unidades de vivienda’, murallas, avenidas y circunvalares que separan los barrios según sus estratos sociales; además, quienes transgreden la “normalidad” son encerrados en jaulas, igual que a las familias, o como a los animales que no pueden andar libremente por las zonas verdes. A esto sumemos el caldo efervescente de los fanatismos de todas las tintas: religiosos, políticos y deportivos que son, todos por igual, producto de las restricciones civilizadas.
Todo bulle, hierve; pero no tiene canal de escape.
Hasta que sucede:
El motivo es la gran final de un Campeonato Mundial de Fútbol, fecha en la cual se enfrentan los dos principales rivales, Brasil y Argentina, equipos que engendran los más básicos fervores y feroces fanatismos en el mundo globalizado.
Un niño, Juan Sebastián, de once o doce años, pre-adolescente y por tanto sintiendo en su interior esa natural ardentía biológica-, disiente del mandato general de sentarse ante una pantalla de televisión a ver el partido y asume que ese día quiere ir a ver los globos aero-estáticos en el Parque Simón Bolívar. En esta decisión se ve inconsultamente acompañado por tres niñas (Laura, Manuela y Marisol), también pre-adolescentes y con muy distintas visiones de la vida y de sus relaciones sociales. Los cuatro emprenden un viaje con situaciones y consecuencias insospechadas.
La ciudad no es la ciudad. El aparente y sospechoso control que se muestra en calles y avenidas, centros comerciales y edificios vacíos, sólo oculta la explosión que, en un principio, se manifiesta en el intrincado y de por sí imposible sistema de transporte público. Al ritmo del despelote va sucediendo una tras otra situación que devela a una sociedad que no ha sido controlada, pero sí adormecida, alucinada a punto de ideología y tecnología… y los niños en medio. De la pesadilla de ser un oscuro número o ficha de la familia, con todas sus contradicciones y contravenciones, pasar a conocer, sin anestesia, ese “mundo real”, ese verdadero mundo que les espera cuando sean adultos. Mañana y tarde transcurren como en una película híper-realista en quinta dimensión, en el que sus angustias y miedos, a más de ser reales, no les sirven de catarsis. Al final, sólo queda la esperanza de la libertad. Esa metáfora visual de los globos aero-estáticos representa el sueño diario de todos los hombres: volar por encima de la hecatombe.
Norman Muñoz Vargas nos presenta esta novela en lenguaje claro y sencillo, sin “descrestes” idiomáticos; con el objeto, que se cumple, de ser un texto de fácil lectura, especialmente para su público objetivo. 28 capítulos cortos permiten el avance en la trama y el “crescendo” en la tensión; logro narrativo que en muchas ocasiones se hace imposible aún para los más diestros escritores.
Edición pulcra, bonita, ésta de Ediciones Exilio de Bogotá, para una novela que merece miles de lectores.
José Edier Gómez Espinal. Tuluá, marzo 29 de 2018.
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